Cada día me encuentro más sueños tirados en la calle.
Los veo por todas partes.
En los parques,
en los bancos,
en una esquina de cualquier calle,
o en medio de aquel lugar que no lleva a ninguna parte.
De mañana, de tarde y de noche
los veo.
Agotando los tiempos muertos,
guardando los recuerdos
en cualquier agujero
para no volver a verlos.
Sucios.
Hambrientos.
Con las ojeras colgando de las manos abiertas,
y los ojos apretados en los puños
para contener la rabia,
para no ver lo que alrededor pasa.
Pasan los turistas de otras vidas,
o los que siempre van de paso
pero nunca pasan.
Los de la vida vacía y la cartera llena
también pasan.
Los que no miran ni por donde caminan.
Los que miran y aún y todo tropiezan.
Los que a veces paran.
Y,
los que siempre paran.
Se están llenando las ciudades,
rebosan de urgencias e impaciencia
por llegar,
siempre corriendo,
al final de cada día.
Entre tanta prisa,
¿cómo mirar por dónde se pisa?
Construimos murallas que salvaguarden nuestra conciencia,
altas, muy altas,
para que no se cuele ni un sonido
dentro del armario
en que encerramos
nuestros monstruos.
Nos suicidamos del miedo colectivo
tirando unas monedas
de vez en cuando.
Pero no nos callamos.
Paseamos enfadados nuestros discursos urbanos
de burgueses mal logrados.
Porque nos mintieron,
¡nos engañaron!
en un descuido de nuestro ego
-se encontraba comprando-,
y ahora lloramos porque nos robaron nuestro "sueño
americano",
aunque seamos del pueblo de al lado.
Desvergonzados de la vergüenza
nos indignamos,
mientras caminamos
deprisa
con el corazón vendado,
escondiendo debajo del felpudo
las estrellas caídas.
Y no miramos,
pasamos sin ver
el alma descosida
en el banco
del parque donde crecieron nuestros sueños,
y hoy
se caen los suyos de ayer.
Comentarios
Publicar un comentario