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Mostrando entradas de abril, 2015

Recuerda

Subes las escaleras con pasos cansados de otro día que termina, con el bolso, la compra, las carpetas y la vida acuestas. Un día más. Un día menos. Esa mirada no favorece. Entristece la sombra ya apagada de media tarde, o medio día tirado por el retrete, depende de como se mire. Te enfundas la sonrisa que ya no convence y entras. En casa. En casa, sucia de porquería, llena de mil cosas sin hacer, de niños que quieren ser adultos -así empezamos todos el suicidio colectivo-. Entras. En casa, sucia de quejas, llena de mil cosas sin decir, de adultos que se comportan como niños. Entras. En casa. Y tu quieres salir. Esa rueda que da mil vueltas, que un día hiciste girar por tan sólo un beso. Ya ni te acuerdas. Dicen que había amor. Dicen tantas tonterías. Ya no recuerdas. Dijeron que eso es lo que era la vida, lo que se espera. Dicen aún todavía. ¿Tu ya no te acuerdas? ¿Te acuerdas de los recreos en el cole, cuando imaginábamos nuestras vidas? Casarnos en vaqueros, en la playa. Tener

Todas las tardes de domingo

Hoy recupero una poesía vieja, de viejos tiempos, de viejos recuerdos. Permanecen para recordarme cada día todo lo que he logrado vencer. Manto de otoño que cubres las soñolientas calles de mi nostalgia, escucho tu lamento en el susurro de la noche, tus golpes despiertan mi inocencia dormida y añoro tus palabras en mis recuerdos perdidos. Me detengo y escucho. Allá, en la profundidad del silencio, te busco. No estas, pero te siento en cada palabra que pronuncio. La lluvia me habla, escupe esas palabras tan repudiadas. Manto de otoño que siembras todas las mañanas los deseos de mi alma en las miradas de los vampiros de las noches ya pasadas. Sus labios sedientos de vida palidecen en tinieblas ante la muerte venidera. Y a veces lloro ante mi reflejo. Y a veces miento. Frío metal imperecedero que se clava tan adentro. Me hieres. Me quieres. Manto de otoño, despiértame del sueño imposible en que vivo, háblame de esos momentos que robaste a otros amantes ho

Surcando mares

Surcaré tus mares a través de las tormentas. Atravesaré las nubes oscuras del miedo. Navegaré entre las olas del desconcierto. Deseando ser tu. Deseando ser yo en ti. Deseando ser el mar tormentoso de nubes oscuras entre el miedo de tu desconcierto. Cuando me encuentre, seré tu puerto.

Se me coló la bruma

No se porque costado se me coló la bruma. En un movimiento falso. Se introdujo en mis costillas. Ahí duerme, con toda su penumbra. Despierta, a ese llanto constante de aquella niña fuerte que, de repente, ya no fue niña, ni fuerte. Ahí anda, buscando la salida. Mientras tanto, el viento frío, penetra. Humedad sin alivio, no deja salir al invierno. Sopla y corre a sus anchas. Entre nervios -sin acero- músculos y células. De abajo hacia arriba, viceversa y vuelta. Sin tiento. Arrasa. Sentimiento. Para cuando mi corazón quiso darse cuenta, ya no encontró norte al que asirse. Triste. ¡Fue de repente! El gesto se me quedó puesto. A veces, se disfraza de risa, o de vino. Vino. Sí, se coló, arrasó y ahora no quiere erguirse. Quizá, mañana pruebe a asomarme. Quizá, hasta me de por abrir una ventana y dejar que salga.

La chica del café

Segunda colaboración con Soraya Benítez Su vida. Aquella tarde ella era una sombra que orbitaba la cuchara en la taza para distraer los miedos. Hilos de humo de un café recién hecho bailaban como serpiente hipnotizada. Rodeada de gente en una tasca cualquiera. Así se sentía, cualquiera. El ruido envolvía su mesa, aunque solo oía el silencio de la cuchara en la taza. Pasó horas grises de su crepúsculo, olvidada por la hora, el tiempo y el espacio, olvidando lo que era, lo que buscaba, tragándose a sorbos pequeños ese sabor amargo de quien reconoce que ya no recuerda. Pagó y salió, casi sin darse cuenta, dentro de aquella rueda de días iguales donde el reloj no marca, donde el reloj no explica cuánto le queda a esa  melancolía de otoño que sueña con ser primavera. Y una vez más, como siempre que abandonaba su cueva, se tropezó de golpe con el mundo. Las calles pedregosas brillaban tras horas de lluvia. Se acomodó el abrigo. Tenía esa clase de frío que no se q

No hables sino quieres

No hables sino quieres, los silencios a veces curan. Pero a veces, matan. De suicidios silenciosos están llenos los periódicos, y las calles. Los veo todos los días, en esos rostros que se disfrazan para ser uno más, y en esas miradas que se esconden para ser uno menos. Siempre en pié, siempre corriendo, por esas calles en las que todos piden paso sin gracia ni perdón, o un pedazo del pan de cada día, y los más incautos, una casa hipotecada (de por vida). ¿Pero, qué vida? Esa que esconden en los sueños que matan, los que te vende una sociedad civilizada, esa que no habla, que no mira, y que pisa. Pero tu calla, calla y come, y como con la boca llena no se habla, calla, y come más. Ya hablarán ellos, y ellas, los que no dicen nada, los que te ponen la comida en la boca, y luego te la quitan, los de la foto bonita. Como te iba diciendo, no hables sino quieres. Pero el silencio, mata.

Entiendes

Ella no entiende, no sabe, pero cuando me acaricia, despacio, sin prisa, por sorpresa se derrumban los cimientos de mi universo, se me erizan hasta las células que giran y giran en busca de sus ojos. Vibran y se multiplican para acariciarla en este mundo de caos que se queda si se marcha, ella. Pero mi piel se queda, con ella. No es que el recuerdo se quede es que nunca se va, porque, ¿cómo se abandona lo que te llena? ¿cómo se deja de respirar? No entiendo de eso, de respirar, ni de volar. Sólo entiendo de ti. El sol en tus labios, cuando te beso. La arena deslizarse, cuando mis dedos pintan tu lienzo. Un mar de miedos a la deriva y desatados en la tempestad a la que me lleva tu deseo, mi deseo, desearte digo, quiero decir. ¿Ves? Ni yo me entiendo. Sólo de ti entiendo. De arriba a bajo, de dentro a fuera, y si cambiamos el sentido también entiendo. Cómo no entenderte si te clavaste en mi aliento cuando te miré, a los ojos, esos en los

Sumando odios, restando vidas

Recorre unas venas diferentes, ¿cómo llegaron a ellas si su cuerpo no estaba? Y con esas venas el odio recorrió lejanas distancias viviendo vidas y acumulando venganzas. Sin ser tuyas, ni los odios, ni las venas, ni las venganzas, una mañana cualquiera te explotan en la cara. Y así vamos sumando odios venganzas, restando vidas.

La bolsa o la vida

Echaba migas a los pájaros en el parque entre restos de cartones de la noche pasada, en aquel hueco, que de vez en cuando hacia suyo. Pocas las pertenencias, ya ni el alma le era propia. Como todas las mañanas, de la nada, sacaba esa bolsa, con los restos de las migas que le sobraban del día, no recordaba ya cuál, y las repartí, entre aquellos pájaros tan lejanos como cercanos. Al fin y al cabo, en esos pequeños instantes en que ellos se le acercaban hambrientos a comer las migas esparcidas, en el suelo, el se sentía en compañía. Como todas las mañanas, llegaba el momento en que la bolsa quedaba vacía. ¿La bolsa o la vida?