Olvidar, oh quisiera, todas mis vidas. Centrarme, sólo en esta en la que me miras, y de pronto, la bruma se disipa. Olvidar, los recuerdos de niña, cuando el miedo me invadía de pesadillas que asustaban (y asustan), a la pequeña pecosa de las trenzas y las coletas que valiente príncipe se creía. Olvidar los juegos infantiles, cerrar heridas, crecer, aumentar en perspectivas y hacer altas las miras. Soñar con tocar el cielo y volar. Caminar por el arco iris, navegar sin velas al lado de los delfines, saltar tan alto que las vallas no puedan frenar al viento. Por qué no... Olvidar las limitaciones impuestas por costumbre. Las lenguas que hablan y reptan entre palabras convertidas en moribundas, echadas en los discursos sin gloria ni pena. Arrojadas como fieras hambrientas que horadan las almas en vela, porque las vidas ya no les alimentan. Olvidar todas las modas con las que vestí mi subsistencia. Desnudarme. Robarte una mirada, y quedarme a vivir en ella.
Esa necesidad de que el alma hable, a veces susurrando, a veces chillando, pero necesidad a fin de cuentas, de expresarme, de sentirme, de vivirme, pero sobre todo, de salvarme.