Dejaba pasar las horas. Se sentaba en el borde del abismo, ese que era sólo suyo, y las veía pasar. No las contaba, ni las guardaba. No dibujaba sueños sobre ellas, ni añoraba antiguas historias pasadas. Simplemente las dejaba pasar, mientras hacia otras cosas.
Esa necesidad de que el alma hable, a veces susurrando, a veces chillando, pero necesidad a fin de cuentas, de expresarme, de sentirme, de vivirme, pero sobre todo, de salvarme.