Vacía el hogar, la maleta
y esa mirada puesta.
La que aderezas
con unos toques
de vida interpuesta.
Donde los remates no llegan
se esconden las peores vivencias.
Ahogadas en noches sombrías
que desalojan eternas vidas.
Esas que no se cumplen.
Esas que se olvidan.
Barres los restos de los supiros
y los escondes debajo de la alfombra,
para que no se te olvide
que algún día
tendras que recogerlos.
Ya no recuerdas qué te contaba la luna
cuando a la noche se escondía
debajo de tus sábanas.
Asustada de su propia vida
visitaba un hogar
conocido de su penumbra.
Tus oscuras veladas de
insomnio gratuito
consumieron entero el cirio.
No sopló nadie,
se apagó solo,
como quien oye llover
debajo del olivo,
resguardado de las gotas
del mal querer,
pero expuesto al ruido,
y a la tragedia
que riega el campo
de tanto desperdicio.
Y ahora, con todo a cuestas
y sin nada que perder
tira todas las apuestas
y camina
como si nadie te pudiera ver.
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