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Un invierno frío y largo

—¿A qué esperas?—

A que el invierno pase.

Este último se hizo largo,
casi fijo,
perpétuo,
calando huesos y memoria.

Un día, al despertar
se me clavó el hielo en la espalda,
a punzadas y trozos rotos,
como si de repente aparecieran
todas aquellas agujas perdidas
que durante años busqué en aquel pajar,
ese lugar seco,
lleno de olvido y lamento.

Sin apenas darme cuenta
se me escapó el verano.
Una mañana
el cielo se volvió del revés,
tuve que cerrar puertas y ventanas
y aprender a caminar
mirando hacia abajo,
para no ver siempre llover.

Hoy
el frío
ya no importa tanto,
tengo cuero suficiente para cubrir
todas las heridas que me quedaron.
En mi retiro,
aprendí a coser
con palabras escritas en hojas blancas
los remedios de las no pronunciadas.
Porque hay muchas que son amargas,
se clavan en la garganta
como espinas
de intenciones que se quedan amarradas,
enterradas
en ese bosque maldito
de todas aquellas cosas
que nunca nos dijimos,
que nunca hicimos.


—¿Cuándo vas a salir y ver?—

No me preguntes cuándo.
Ahogué todos los cuándo.
Los ahogué en tragos,
en copas,
en sexo,
y aún sigo tiritando.
Se hundieron todos por el camino de Fausto,
donde no  se atisba salida
ni se intuye el holocausto..
Se ahogaron
en el laberinto del cuento
que nunca termina.


—Tú ya moriste,
recuerda cuándo—

No me digas eso,
ya no me acuerdo,
ni del calor
ni de la hoguera.
Pero mira,
tengo puesto mi traje nuevo,
lleno de petachos y remiendos.
No quita mucho el frío
pero tapa,
cubre la piel desnuda
de la intemperie de lo no vivido.

Ahora,
soy una de tantos y tantas,
fantasmas que caminan a tientas
sin mirar nunca lo que hay al otro lado del espejo.
Soy parte del paisaje,
una
diminuta
mota
de este manto
que cubre el mundo de nieve.
Y cuando el invierno acabe
me quitaré la ropa.
Y cuando el frío pase,
abriré la puerta.
Y…

—¡¿Cuándo?!—

Ya se me hizo tarde.


—Murió un invierno frío y largo,
mientras dormía.
D.E.P.—

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