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Historias de verano

historias de verano, de amigos y de vida
historias de verano, de amigos y de vida
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Llegaron a aquel pueblo desde distintos caminos, con historias alejadas, y similares miedos. Miedo a la luz, miedo al mar, miedo a la gente. Ahogados en un mundo oscuro que habla de rebeldía ante una vida que aún no conocían. No se hicieron amigos queriendo, ni por impulso. Fue la coincidencia de un momento que se repitió con insitencia durante muchas tardes de aquellos días. Hay una sola manera de contar las cosas más oscuras, con la luz de la mirada del que escucha a tu lado. Así fue como se descubrieron eternos. Una tarde, cuando el sol ya anunciaba el final, se hicieron el juramento de volver siempre que uno cayera a aquel lugar, ese en el que los dos miraban de la misma manera, con la misma luz.

Ese verano se prometieron seguir tocando el sol. Cada día. Al final de todo. A pesar de la distancia.

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No hables sino quieres

No hables sino quieres, los silencios a veces curan. Pero a veces, matan. De suicidios silenciosos están llenos los periódicos, y las calles. Los veo todos los días, en esos rostros que se disfrazan para ser uno más, y en esas miradas que se esconden para ser uno menos. Siempre en pié, siempre corriendo, por esas calles en las que todos piden paso sin gracia ni perdón, o un pedazo del pan de cada día, y los más incautos, una casa hipotecada (de por vida). ¿Pero, qué vida? Esa que esconden en los sueños que matan, los que te vende una sociedad civilizada, esa que no habla, que no mira, y que pisa. Pero tu calla, calla y come, y como con la boca llena no se habla, calla, y come más. Ya hablarán ellos, y ellas, los que no dicen nada, los que te ponen la comida en la boca, y luego te la quitan, los de la foto bonita. Como te iba diciendo, no hables sino quieres. Pero el silencio, mata.

¿Con qué te quedas...?

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