Ir al contenido principal

Centro perfecto que se muerde la cola

El cielo no quiere ser azul
se queda plomizo,
con ese toque de gris que empaña los días abiertos.
Días que cantan al borde del mar,
sonando de fondo,
como esa canción que nunca te cansas de escuchar,
como esos ojos que siempre te miran,
de esa forma.
Suspiras.

Déjame que duerma un rato más,
déjame que pierda la noción del tiempo,
de ti, de mí, de las dos,
y quedarme a vivir en esa playa
donde las olas nos tragan de golpe,
sin avisar.
Despues, despiértame cariño.

Como cada día,
como cada noche.
Oscuridad y luz en un solo punto medio
ese que ni brilla ni deslumbra,
ese en el que pasa lo que nunca sucede
y sucede lo que siempre nos pasa.

Centro perfecto que se muerde la cola.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Día demente

Hoy me pillo por banda el tumulto. Se me arremolinó dentro y estuvo inquieto. Mirando por aquí y luego por allá. Estrujando, apretando, me asustó, me irritó, por momentos me enfadó y hubo un instante en el que me estranguló la vida, con doña angustias de por medio. Como un cuento de miedo, de los que empiezan con muerte del yo y en todo su auge destripan el día hasta que te caes rendida ante la realidad de la vida. Y parece mentira lo que cansa tanto remolino dando vueltas. Nadas a contracorriente desde que amaneces, y aunque con todas tus fuerzas intentes alcanzar ese lugar donde tocas pie y te sientes medio segura, la resaca te arrastra al medio de ese sitio en el que no te ahogas. Pero te hundes, te hundes y tragas agua hasta que el aire ya no se siente. Agotada ando, arrastrando cuerpo y sujetando mente. No se por cual empezar el mantenimiento... ¿alguna sugerencia demente?

Vacía

Vacía el hogar, la maleta y esa mirada puesta. La que aderezas con unos toques de vida interpuesta. Donde los remates no llegan se esconden las peores vivencias. Ahogadas en noches sombrías que desalojan eternas vidas.        Esas que no se cumplen.        Esas que se olvidan. Barres los restos de los supiros y los escondes debajo de la alfombra, para que no se te olvide que algún día tendras que recogerlos. Ya no recuerdas qué te contaba la luna cuando a la noche se escondía debajo de tus sábanas. Asustada de su propia vida visitaba un hogar conocido de su penumbra. Tus oscuras veladas de insomnio gratuito consumieron entero el cirio. No sopló nadie, se apagó solo, como quien oye llover debajo del olivo, resguardado de las gotas del mal querer, pero expuesto al ruido, y a la tragedia que riega el campo de tanto desperdicio. Y ahora, con todo a cuestas y sin nada que perder tira todas las apuestas y camina como si nadie te pudiera ver.

Se me quedan cortas las historias

Se me quedan cortas las historias. Empiezan bonitas y con ganas, pero se hunden poco a poco en las batallas sin fin de ideas que brotan a raudales, hasta que chocan una vez escritas con la incongruencia de estar ahí, todas sueltas ¿Dónde empieza una y termina la otra? No entiendo por qué las palabras salen de esta manera. Se escriben solas. Es como si llevaran mucho tiempo esperando a ser plasmadas en algún papel para luego quedarse huecas del sentido que pueda tener cualquier historia bien escrita. Escribo, escribo y escribo sin parar, sin pensar. No necesito pararme a discurrir qué será lo siguiente que saldrá, ya está ahí, impaciente, esperando su turno de salir y gritar sea lo que sea que tuviera que gritar. Muchas veces dudo hasta de que sean mías tantas cosas guardadas, tantas rabietas, tantas preguntas sin respuesta. Y tengo que escribir deprisa, porque si paro se atropellan y se ahogan las letras, mueren, se van, no sé a cual lugar, ni si alguna vez volverán. Y me duele la mano