Ir al contenido principal

El día amaneció en la cafetería

El día amaneció en la cafetería
de nuestros sueños,
la del río, la del cuaderno y el bolígrafo.
Por fuera, todo brillaba sacando lustre a la primavera.
Por dentro, un viejo y conocido invierno mordía la conciencia,
furioso,
como un niño que patalea.

¿Qué te ocurre? -le pregunto-
Se te va a enfriar el café
de tanto esperar.
Deja de asomar los labios al borde de la taza
y bébetelo de una vez.
Esperar -piensa-, su palabra preferida.
Junta los quizá y los puntos suspensivos
que nunca cierran las historias.
Y al final, tan solo queda un trago
caliente y amargo.

Quema -me dice-.
La miro con ojos entornados.
Me apetece cogerla por los hombros
para sacudir la escarcha que pesa en sus rizos.
Que no todo el calor es malo.
¿Por qué no arder un poco?
Alguna vez oyó hablar de un lugar
en el que regalaban paseos por el infierno
quizá -una vez más-
se pierda por ahí un rato.
Quizá -de nuevo-
se quede a vivir -un poco de tiempo-.

Dice que le han dicho tantas veces que no es buena en nada
que está cansada de soñar.
Dice que el daño es gratuito en ese mundo
y, sin embargo,
en este te hacen pagar por él.
Yo le digo que sople y calle,
que beba y trague,
que abra el cuaderno y deje que las heridas
se duerman en nuestro poema.

El cuaderno siempre le acompaña
abierto
lo saca de paseo, lo airea,
lo descubre y lo cierra,
lo vacía, lo llena,
igual que hace con ella.
Esa es una constante que nunca descuida.
Mirar de frente no es apartar la vista
-del resto de la vida-,
es seguir mirando aunque la sal
pique en los ojos.

[Colaboración co Soraya Benítez: Mi mejor abril]

Comentarios

Entradas populares de este blog

No hables sino quieres

No hables sino quieres, los silencios a veces curan. Pero a veces, matan. De suicidios silenciosos están llenos los periódicos, y las calles. Los veo todos los días, en esos rostros que se disfrazan para ser uno más, y en esas miradas que se esconden para ser uno menos. Siempre en pié, siempre corriendo, por esas calles en las que todos piden paso sin gracia ni perdón, o un pedazo del pan de cada día, y los más incautos, una casa hipotecada (de por vida). ¿Pero, qué vida? Esa que esconden en los sueños que matan, los que te vende una sociedad civilizada, esa que no habla, que no mira, y que pisa. Pero tu calla, calla y come, y como con la boca llena no se habla, calla, y come más. Ya hablarán ellos, y ellas, los que no dicen nada, los que te ponen la comida en la boca, y luego te la quitan, los de la foto bonita. Como te iba diciendo, no hables sino quieres. Pero el silencio, mata.

¿Con qué te quedas...?

Qué te puede dejar un lunes cualquiera. Agobio, ilusión... Una sonrisa que te regalan al pasar. O ese calor que se pega a tu piel, a veces reconfortándote, a veces agobiándote. O esas gotas de lluvia que te refrescan al caer y se llevan la aspereza. O cuatro monedas encima de la mesa... ¿Con qué te quedas?