Hoy volví a pasear por la orilla, con mis pies descalzos sobre la arena, algún grano se vino conmigo a casa, y alguno seguro terminará conmigo en la cama. Trocitos. Así me gusta pensarlos. Trocitos de otras vidas como la mía. Me gusta la idea. Igual que ese grano de arena, ese trocito de vida que ha sido ya pisado en otras playas, por otros pies, por otras vidas; hay muchos trocitos de mí recorriendo otras costas. He viajado a lugares lejanos, exóticos y árticos, he visto mundo e historias, lágrimas y sonrisas. He vivido guerras, la paz de un abrazo, la reconciliación entre hermanos, las penas y las alegrías de las personas ajenas que también esparcen pedacitos por el mundo, por el universo, como estrellas repartidas por dentro y por fuera de esta galaxia que conformamos individualmente y, a la vez, juntos, unidos, interconectados por los granos de arena, las risas, la luz, el aire, el mar, las montañas, la tierra que pisas, el oxígeno que respiras.
Hoy volví a pasear por la orilla, me traje a casa un mundo de historias y la mía se fue navegando viento en popa y a toda vela en busca de otros mares, otras playas, otras casas, otras vidas.
Sin rumbo o con el rumbo perdido,
contra viento y marea
con la mar de compañera,
en todo momento mi amiga eterna,
llegaré a otras playas,
y en alguna de ellas encontraré
eso que buscaba en bocas ajenas,
en miradas perdidas dentro de esa botella a la deriva.
Esa calma que nunca arriba a otras costas
sin una brújula que indicara de antemano
el camino de vuelta al punto de partida.
Izaré mi bandera en la arena que tantas veces pisaron mis pies,
recorriendo desacalzos, a piel abierta,
las historias de tantos abrazos dados al viento,
besos bajo la luna,
amores pasajeros
y amores para toda la vida,
de todas la vidas, pues si una se vive
todas se graban en cada grano de arena que recorre el mundo
trocito a trocito,
contando a las estrellas lo bonito que es este cielo.
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