Puede que me pierda de vez en cuando, lo admito. Entre dimes y diretes, prisas y cagando leches, ahoras y de inmediato. Pues sí, lo más lógico es marcharse y perderse. Para no volver.
Las expectativas simpre te las ponen altas, y lo normal es que tu quieras saltar aún más alto, ya sabes por eso de quedar bien. Ante el espejo. Ese que ni te mira. Ese que tu crees que te mira.
Ante semajante alarde de "valentía" (para entendernos mejor, llamémoslo gilipollez), lo más normal es que te caigas. Sí. De bruces y sin almohadillas. Y sí, te haces pupa.
Deberíamos aprender de la experiencia (dolorosa) que nos deja marcados de heridas de esas que no se ven. De esas que se llevan por dentro. Escondidas debajo de la sonrisa tan bien puesta. Pero como "los debería", lo normal es que nos los pasemos por el forro de los pantalones (a la altura de los cojones siempre), pues repetimos la experiencia.
Al final, llegaremos a viejos, si llegamos, y seremos como casi todos. Quejicas, caprichosos, sabelotodos y santos. Porque todos los que llegan a esa altura de inconsciencia son santos, que para eso han aguantado carros y carretas.
De los locos dicen que no llegan a viejos. Y yo digo, ¿quién quiere llegar a viejo pudiendo morir de locura?
Sí, confieso que, a veces me pierdo, en la más bella y descabellada locura que conozco. La vida. Contigo. Si me encontráis, no se lo digáis a nadie. No vaya ser que me encuentre.
Las expectativas simpre te las ponen altas, y lo normal es que tu quieras saltar aún más alto, ya sabes por eso de quedar bien. Ante el espejo. Ese que ni te mira. Ese que tu crees que te mira.
Ante semajante alarde de "valentía" (para entendernos mejor, llamémoslo gilipollez), lo más normal es que te caigas. Sí. De bruces y sin almohadillas. Y sí, te haces pupa.
Deberíamos aprender de la experiencia (dolorosa) que nos deja marcados de heridas de esas que no se ven. De esas que se llevan por dentro. Escondidas debajo de la sonrisa tan bien puesta. Pero como "los debería", lo normal es que nos los pasemos por el forro de los pantalones (a la altura de los cojones siempre), pues repetimos la experiencia.
Al final, llegaremos a viejos, si llegamos, y seremos como casi todos. Quejicas, caprichosos, sabelotodos y santos. Porque todos los que llegan a esa altura de inconsciencia son santos, que para eso han aguantado carros y carretas.
De los locos dicen que no llegan a viejos. Y yo digo, ¿quién quiere llegar a viejo pudiendo morir de locura?
Sí, confieso que, a veces me pierdo, en la más bella y descabellada locura que conozco. La vida. Contigo. Si me encontráis, no se lo digáis a nadie. No vaya ser que me encuentre.
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